Sí. Ya lo puedo decir. Este año NO juego a la lotería. Ni un décimo. Ni una participación. Nada. Mañana, cuando los niños de San Ildefonso canten con su fantástica melodía (¿quien será el autor?¿cobrará derechos?) el número agraciado, yo será feliz. Seré feliz por no perder los «20 euricos de ná» de la lotería de la empresa, los «3 eurillos» del bar de la esquina, los 10 eurillos del «compramos a medias», etc. que acaban sumando un buen pico.
Hasta ahora la felicidad fué la vez aquella que me devolvieron el precio del boleto, con lo que perdí menos de lo habitual, pero perdí. Este año no voy a perder. Tampoco voy a ganar, en el peor de los casos me quedaré como estoy. Bueno, miento, en el peor de los casos me quedaré como estoy y a TODOS mis compañeros de trabajo les tocará la lotería, estarán gritando y brindando y yo en un rincon intentando pasar desapercibido. ¿Para qué juega la mayoría de gente si no es para evitar esta situación? Pero echando cuentas, hay una probabilidad de 1 entre 14 millones de que ocurra este desenlace así que… esta es mi apuesta.